miércoles, 15 de noviembre de 2006

Otra buena columna sobre el futbol y la literatura:

FUTBOL Y LIBROS, ¿UNIDOS O SEPARADOS?

El deporte rey despierta la admiración de unos escritores y el odio de otros. Hay grandes novelistas que lo usan como un recurso artístico y otros se ofenden por la afición que siente la gente por el fútbol.
DANIEL DOMINGUEZ Z.

“Cuando el buen fútbol ocurre, agradezco el milagro sin que me importe un rábano cuál o el país que me lo ofrece”: Eduardo Galeano, escritor uruguayo.Hemingway y Conan Doyle escriben sendos cuentos sobre el boxeo y no hay mayores problemas. Paul Auster y Don DeLillio hacen lo propio con el béisbol y pocos se rasgan sus vestiduras. Un escritor toma el fútbol como elemento narrativo y puede arder Roma.Es que para algunos o adoras los goles o te apasionan los libros. Te quedas con el fútbol o te vas con la lectura, pero no ambas a la vez, porque es casi una herejía. Si recordamos las frases despectivas de Rudyard Kipling y Jorge Luis Borges sobre el deporte rey, pareciera que entre este deporte y el arte de imaginar con letras solo queda un divorcio inminente, pero si recuerda los cuentos de Jorge Amado, los poemas de Pablo Neruda y las defensas de Roberto Fontanarrosa y Julio Cortázar, ese matrimonio parece bastante posible.Estas posiciones dispares las explica Eduardo Galeano en su obra Fútbol a sol y sombra: “¿En qué se parece el fútbol a Dios? En la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales”.Agrega Galeano que a inicios del siglo XX, los conservadores desprecian este deporte porque “poseída por el fútbol, la plebe piensa con los pies, que es lo suyo, y en ese goce subalterno se realiza”. En tanto, algunos pensadores de izquierda descalifican esta fiesta del movimiento porque “los obreros atrofian su conciencia y se dejan llevar como un rebaño por sus enemigos de clase”.La polémica comienza temprano, en 1880, cuando el novelista Rudyard Kipling se refiere despectivamente a esas “almas pequeñas que pueden ser saciadas por los embarrados idiotas que lo juegan”.Quizá el más célebre antagonista del balón y la red fue el bardo Jorge Luis Borges, quien le puso la cereza a la polémica cuando define el fútbol como un “juego feo” en lo estético, porque eso de ver 22 jugadores detrás de un balón no era “especialmente hermoso”.El autor de El Aleph fue aún más tenaz que el creador del Libro de la selva, pues solo a Borges se le ocurre dar una conferencia sobre el significado de la inmortalidad el mismo día y a la misma hora que Argentina disputa su primer encuentro en el Mundial de 1978.Dos años antes, Borges manifiesta a una revista de su país que esta disciplina deportiva era “una forma de tedio” y que en el fondo al argentino “no le gusta el fútbol. Le gusta ver ganar tal o cual cuadro. Fútbol así, no. Yo nunca he oído decir a la gente: ‘¡Caramba, yo soy de San Lorenzo de Almagro, pero qué bien ha ganado Boca! ¡Qué contento estoy!’. Entonces el fútbol no les interesa”.¿Por qué tanto odio borgiano? Hace unos días La Gaceta de Argentina parece que dio con la respuesta cuando entrevistó a un amigo del Georgie. Parece que a Borges sí le gustaba el fútbol, incluso que su equipo favorito era el Newell‚s, pero que la relación termina en los años 30, cuando un defensa le da un golpe tan fuerte que lo deja sin conciencia por un rato. Cuando despierta era otro hombre, uno que criticaría con furia su antigua pasión. ¿Leyenda urbana? Ni idea.Pruebas de amor por las selecciones y los partidos sobran, pero igual se mantiene cierto aire de cuestionamiento en el ambiente. Es que al fútbol le pasa lo mismo que a la telenovela y la música tradicional, que por surgir o por ser consumidos mayoritariamente por los sectores populares hay intelectuales que las ven de reojo y dudan que salga algo valioso de estas manifestaciones culturales.Pero no se crea que el fútbol está solo en esta batalla por darle su lugar. El filósofo Antonio Gramsci elogia “este reino de la lealtad humana ejercida al aire libre”. Por su parte, el novelista Gabriel García Márquez, luego de presenciar un encuentro entre Junior y Millonarios, declara “no creo haber perdido nada con este irrevocable ingreso que hoy hago públicamente a la santa hermandad de los hinchas. Lo único que deseo, ahora, es convertir a alguien”.De seguro estas declaraciones sí hubieran recibido el visto bueno de Albert Camus, quien sin complejos dijo una vez que el fútbol le había enseñado valiosas lecciones de vida, o al narrador Miguel Delibes, que en su juventud practicaba el fútbol todos los jueves, o a su colega Vladimir Nabokov, quien en Rusia fue un defensa de lujo.Mientras que Delibes era delantero, Nabokov opta por la defensa y Adolfo Bioy Cáceres era centrodelantero. Por su parte, Camus fue portero como también fueron guardametas los escritores Mario Benedetti y José Luis Sampedro. Esto tira por la borda el prejuicio de que los literatos son pésimos atletas.De todo hay, pues Nick Hornby no es Zico, ni Javier Marías es Cruyff, ni Luis Mateo Diez es Di Stéfano, ni Javier Reverte es Beckenbauer, pero el primero es seguidor ferviente del equipo Arsenal y los otros tres se ponen tristes, a veces hasta enojados, si ven perder a su estimado Real Madrid. O Camilo José Cela, sobre todo después del Nobel de Literatura, que era invitado frecuente para dar el pelotazo inicial de encuentros profesionales.¿Por qué ningún nombre femenino hasta el momento? Aunque menos famosas en estas lides, también las damas han hecho sus contribuciones futbolísticas con los cuentos de Josefina Aldecoa, Ana María Moix, Soledad Puértolas y Rosa Regás, entre otras.No importa el sexo o la época, parece que en materia de historias, quizá las mejores, o por lo menos las más conocidas en torno al fútbol, provienen de escritores argentinos, brasileños, uruguayos y españoles, entre otros.Hay cuentos de Horacio Quiroga, Robert Alt, Osvaldo Soriano, Mempo Giardinelli, Rodrigo Fresán, Juan Benet, Pedro Solera, JJ Armas Marcelo y Juan Manuel de Prada. Tome en cuenta también los ensayos deportivos de Poli Délano, Vicente Verdú, Francisco Umbral y Juan Bonilla, sin dejar por fuera los poemas hechos por Pablo Neruda y Rafael Alberti.Caso aparte merece el argentino Jorge Valdano, quien participó en dos mundiales de fútbol, es entrenador de equipos profesionales y luego fue cuentista y prologista de libros sobre su deporte favorito.Cada cual de los genios citados explora la figura del deportista como el héroe moderno por excelencia, alguien que viene de abajo en la escala social y que gracias a su destreza en la cancha puede terminar millonario o dependiente de las drogas. O toman como punto de análisis el hincha que duerme con la camiseta puesta o el conflicto existencial que hay en anotar o fallar un tiro de penalti.

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